Reportaje a Carlos Merenson, Ex Secretario
de Ambiente y Desarrollo Sustentable, Académico
de la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente, Secretario
del Centro de Ecología Política y Ecoeconomía
(CEPyE)
"La ecoeconomía debe trascender los indicadores económicos
tradicionales del progreso".
¿Cuál es el mayor desafío
ambiental que enfrentaremos en el siglo XXI?
Las tradiciones filosóficas y religiosas han influido
e influyen sobre la manera en la que vemos y valoramos el
mundo que nos rodea, pero ha sido el pensamiento económico
neoclásico, forjado durante la primera revolución
industrial, el que ha resultado determinante a la hora de
tomar decisiones sobre las acciones que han sido y son permisibles
en nuestra relación con la naturaleza. Decisiones
que han consolidado nuestro actual desarrollo insostenible,
de allí que el mayor desafío ambiental, antes
que nada, es un desafío económico. O somos
capaces de redefinir la noción de progreso, crear
una nueva economía y aplicar un nuevo modelo de desarrollo
o asistiremos a una agudización de la crisis ambiental
y social que inevitablemente nos conducirá hacia nuestra
decadencia.
En noviembre de 2003 publiqué en La Nación
un artículo bajo el título: “El Siglo
de la Sostenibilidad” en el que postulaba que
el XX había sido el "siglo del crecimiento",
pero también el del agotamiento de los recursos de
la Tierra y que, en consecuencia, el mayor desafío
que deberíamos enfrentar era el de configurar una
nueva economía para
el siglo XXI, destacando que la reconversión a la
sostenibilidad de nuestros campos y fábricas, nuestro
comercio, nuestras oficinas y hogares, además del
lógico impulso al sistema científico-técnico,
generaría una poderosa actividad económica,
muchas veces basada en trabajo intensivo, en un mundo donde
faltaba empleo rentado y en el cual la creación de
trabajo resultaba esencial para luchar contra la pobreza.
El artículo finalizaba advirtiendo que para diseñar
esa nueva economía se requeriría una verdadera
revolución, ya que, tal como lo había indicado
Einstein: "Los problemas no se pueden resolver dentro
del marco mental que los creó.”
El pasivo socio-ambiental heredado por el siglo XXI incluye
crecientes niveles de pobreza, insostenibles patrones de
consumo, cambio climático global, pérdida de
diversidad biológica, contaminación, escasez
de agua, deforestación, degradación de los
suelos, desertificación. Nos desplazamos vertiginosamente
a un punto de ruptura ecológica, económica
y social y no somos capaces de corregir el rumbo, pese a
tener conciencia de la situación e incluso, en la
mayor parte de los casos, de disponer de la información,
los medios y las tecnologías necesarias para revertir
o evitar nuestros impactos en la ecosfera.
Usted identifica al pensamiento económico neoclásico
como responsable de la grave situación ambiental. ¿De
qué manera ha operado?
La teoría del valor, el principio e ideología
de escases y el principio de eficiencia de la economía
neoclásica la condujeron a dejar de lado el concepto
de límites para ingresar en una era de “economía
de la abundancia”, basada en la consideración
de un mundo sin límites físicos, no aportando
explicaciones y menos aún soluciones al creciente
problema del agotamiento de los recursos naturales y la degradación
ambiental que ella generaba. Este pensamiento económico
neoclásico se forjó bajo un conjunto de creencias
fundamentales que eran aceptadas como verdaderas, sin necesidad
de prueba alguna - aún lo son - sobre las que se fueron
construyendo nuestros paradigmas económicos, nuestras
visiones del mundo, con sus valores, costumbres, leyes e
instituciones que en sus efectos, hoy se han constituido
en una verdadera amenaza para la integridad, productividad
y capacidad de adaptación de los sistemas de apoyo
para la vida, tanto naturales como sociales. Estos pilares
en los que se apoyaron y apoyan nuestros modelos de desarrollo
insostenible no han sido otros que el fundamentalismo de
mercado, el darwinismo social, la ilusión neolítica
de un Planeta inagotable, el consumismo y el militarismo;
profundamente interrelacionados y letales en sus inevitables
consecuencias ambientales, sociales y finalmente económicas.
¿Qué características tendría entonces
la nueva economía para el nuevo siglo?
En mi visión, esta nueva economía que se
está forjando,
se sitúa dentro del amplio campo que delimitan
la economía neoclásica, la ambiental y
la ecológica.
Se trata de una “Ecoeconomía”, término
tomado de Lester Brown, que sintetiza una idea fuerza:
alcanzar una verdadera fusión entre la economía
y la ecología. A esta idea se llega a partir de
constatar que las políticas económicas
que han posibilitado un crecimiento extraordinario en
la economía mundial
son los mismas que están destruyendo sus sistemas
de apoyo y es entonces que necesitamos entender que nuestro
sistema económico actual resulta incompatible
con la manera en que los sistemas naturales funcionan,
cuestiones
que nos conducen a la necesidad de crear una nueva economía
que trabaje en armonía con la ecología.
La ecoeconomía debe trascender los indicadores
económicos
tradicionales del progreso y, recobrando nuestro sentido
de responsabilidad con las generaciones futuras, evitar
que nuestro principal legado resulte un mundo donde la
ecología
se deteriora, la economía declina y las sociedades
se desintegran. Espero que el siglo XXI sea el siglo
de la sostenibilidad y la ecoeconomía el motor
de un auténtico
progreso que no pase por alto nuestra incesante dependencia
del mundo natural ni la profunda vulnerabilidad que esto
implica.
Usted mencionó que el pensamiento
económico
neoclásico se forjó bajo cinco axiomas
letales en sus consecuencias socio-ambientales ¿cuáles
serían los axiomas del pensamiento ecoeconómico?
La ecoeconomía deberá oponer el funcionamiento
del mercado al fundamentalismo de mercado, la solidaridad
al darwinismo social, el consumo responsable al consumismo,
la racionalidad ecológica a la ilusión neolítica
y el pacifismo al militarismo.
¿Y si no cambiamos de rumbo?
A partir de la primera revolución industrial hemos
ido estableciendo una escala de valores y creencias
que, muy rápidamente, en términos históricos,
nos han llevado del florecimiento económico
a la crisis socio-ambiental. En su libro: “La
Gran Bifurcación”,
Ervin Laszlo nos habla del significado de las “bifurcaciones” dentro
de la teoría de los sistemas complejos y puntualiza
que ellas se tornan más frecuentes y más
dramáticas
cuando los sistemas que las representan se acercan
a sus umbrales críticos de estabilidad, cuando "viven
peligrosamente". Lo que podemos afirmar es que
es así como
hoy estamos viviendo y que, de no cambiar el rumbo,
nos enfrentamos a una gran bifurcación en
la que nuestra alternativa resultará: decadencia
o evolución.
El Cambio Climático es incontrastable. Los países
seguramente deberán tomar acciones concretas cuando
llegue el vencimiento del Protocolo de Kyoto (2012). ¿Qué opina
acerca del mismo y qué acciones deberían
tomarse para revertir el proceso?
En su Cuarto Informe, el Panel Intergubernamental
sobre Cambio Climático (IPCC) postula que
para evitar una interferencia antropógena
peligrosa en el sistema climático
mundial, resultará necesario alcanzar una reducción
de las emisiones de dióxido de carbono del
orden de un 50 a un 85% para 2050. La estabilización
de las emisiones mundiales de carbono pueden alcanzarse
si somos
capaces de frenarlas en la década de 2020
a partir de lo cual las emisiones deben pasar a
un rápido descenso.
Para que ello se haga realidad, las emisiones en
los países
industrializados deben dejar de crecer y empezar
a declinar antes de 2020 y las emisiones de los
países en desarrollo
deben comenzar a disminuir después de 2020.
Obviamente, alcanzar semejantes metas de reducción
no resultará tarea simple. Basta observar
la evolución
de las emisiones post Kioto para comprender que
nos encontramos muy lejos de adoptar un rumbo que
nos permita evitar las
catastróficas consecuencias asociadas a
la elevación
de las temperaturas medias del planeta. Si bien
en 2008 se ralentizó el ritmo de las emisiones
de carbono, ellas igualmente subieron un 1,7% respecto
del año anterior
y si observamos su evolución en las cuatro últimas
décadas podremos constatar un alarmante
incremento del 41% sobre el año base del
Protocolo de Kioto, muy lejos por cierto de su
modesto objetivo de reducción,
de un 5,2% sobre los niveles de 1990 a alcanzar
durante el primer período del compromiso (2008-2012).
La tasa promedio
de incremento de las emisiones de carbono alcanzó 3,1%
anual entre 2000 y 2006, más del doble de
la tasa de crecimiento durante la década
de 1990.
No será nada fácil entonces revertir estas
tendencias que apuntan en sentido contrario al
indicado por los científicos menos aún, cuando
tal como lo postula la Convención Marco de las Naciones
Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), las reducciones
deberán alcanzarse en un plazo suficiente
para permitir que los ecosistemas se adapten naturalmente
al cambio climático,
asegurar que la producción de alimentos
no se vea amenazada y permitir que el desarrollo
económico prosiga
de manera sostenible.
Día a día se profundiza la brecha abierta
entre las advertencias de los científicos y las
decisiones políticas y económicas que conducen
al aumento constante de las emisiones y ello se debe fundamentalmente
a nuestra actual imposibilidad de desconectar el
crecimiento
económico de las emisiones de carbono. Cabe
preguntarse entonces si el necesario freno a las
emisiones de gases efecto
invernáculo se podrá alcanzar dentro
de las negociaciones que se desarrollan a nivel
internacional en
la CMNUCC o si, en realidad, ellas sólo podrán
llegar como fruto de un debate más amplio
en el campo de la economía. Un debate en
el que se analice en profundidad el paradigma dominante
en las relaciones sociedad-naturaleza,
que cuestione el actual modelo de desarrollo y
proponga un cambio copernicano en el sentido y
dirección de todas
y cada una de nuestras actuales creencias económicas.
¿Considera que los bosques nativos
pueden mejorar o revertir el proceso de Cambio
Climático? ¿Puede
dar alguna cifra o porcentaje?
Los bosques nativos resultan un elemento clave
en el proceso de cambio climático que experimentamos. Ellos absorben
aproximadamente el 50% de las emisiones totales de gases
de efecto invernáculo, pero también aportan
a las emisiones de carbono. Tal es el caso de la deforestación
en la región tropical que hoy aporta aproximadamente
un 12% del total de las emisiones, 8% menos que su aporte
en la década de los 90.
En los debates sobre la posible consideración de los
bosques nativos en la problemática del cambio climático
global, hoy se está avanzando en una forma más
decisiva que en ocasión de negociar el Protocolo de
Kioto. La terminología adoptada a tal fin es la de
un sistema de Reducción de las Emisiones Producto
de la Deforestación y la Degradación Forestal
(REDD). Este sistema encierra un gran potencial de financiamiento
dirigido a frenar la deforestación pero aún
presenta muchos aspectos controversiales.
Involucrar a los bosques nativos en la problemática
del cambio climático global no se reduce a fijar un
precio para el carbono, sino que el sistema propuesto debe
ayudar a un cambio en nuestro modelo dominante de desarrollo
o, paradójicamente, terminará motorizando mayor
deforestación y afectando los derechos de las comunidades
locales y aborígenes. Por otra parte no se puede pensar
en un acuerdo para los bosques nativos hasta que no se logre
un acuerdo para reducir las emisiones provenientes de la
quema de los combustibles fósiles, en tanto ello puede
implicar un verdadero desastre para los bosques nativos del
planeta.
Algunas empresas ya han comenzado a operar con
los mecanismos MDL, ¿cree que es un mecanismo
idóneo para
revertir el Cambio Climático? ¿Es
apropiado para PYMES?
El Mecanismo para un Desarrollo Limpio (MDL)
era el único
mecanismo que ofrecía créditos
de reducción
a partir del año 2000 que podían
ser usados para alcanzar el cumplimiento de las
reducciones en el primer
período de compromiso, y era también
el único
que -si hubiera sido rápida y correctamente
implementado- podría haber traído
mejoras significativas en la cuestión
principal: la estabilización
de concentraciones del gases invernáculo
en la atmósfera.
Pero ello no fue así y una de las causas
principales fue la compleja trama de requisitos
establecidos para la
aprobación y control de los proyectos
que elevó los
costos de transacción hasta límites,
que en muchos casos, los tornaron inviables,
particularmente en
el segmento de proyectos de forestación
o reforestación.
En el segmento de los proyectos energéticos,
el MDL ha resultado un mecanismo prometedor pero
muy lejos del potencial
que encerraba al momento de su creación.
En cuanto a si el MDL resulta apropiado para
las PYMES, ello dependerá de resolver lo arriba mencionado sin lo
cual les resultará muy poco atractivo.
Más allá de la rentabilidad de los proyectos
MDL, un aspecto que ayudaría a su ejecución
es lograr que la “imagen verde” de los mismos
permita efectivamente mejorar las relaciones públicas
de las empresas.
Siendo Usted especialista en bosques, ¿cree que la
Argentina es consciente y trabaja para preservar los pocos
bosques nativos que aún quedan?
En nuestro país existe una imagen poco clara sobre
las masas forestales nativas y sobre su real importancia,
y ello es así, entre otras cosas, porque resulta difícil
interpretar una actividad marcada por el signo del largo
plazo, dentro de una coyuntura nacional e internacional urgida
por el corto plazo, a lo cual se suma un hecho no menor:
los mayores conglomerados urbanos de Argentina se sitúan
a grandes distancias de nuestras masas forestales nativas
remanentes, dificultando la creación de
una conciencia forestal que normalmente surge
con mayor facilidad al habitar
en territorios boscosos.
Pese a lo anterior, se puede afirmar que en los últimos
años y gracias a la educación y difusión
del tema, ha crecido notablemente la conciencia sobre la
importancia de las masas forestales nativas y se han producido
importantes avances en dirección a su conservación,
particularmente en el campo normativo, aunque estos avances
no han logrado modificar las ideas que en el campo económico
nos llevaron a un punto crítico en términos
de deforestación y sus consecuencias.
¿A qué ideas se refiere?
A partir de mediados del siglo XIX se inicia un proceso
de dilapidación de nuestra riqueza forestal
nativa, que hoy nos sitúa entre aquellos
países que a nivel
mundial, detentan las menores coberturas forestales
y las mayores tasas anuales de deforestación.
Obviamente, ello es el resultado de un pensamiento
económico caracterizado
por ignorar la dimensión ambiental o,
en el caso de considerarla, optar por su descuido
bajo la falsa creencia
que los objetivos ambientales frenan el progreso
económico.
En el caso de los bosques nativos se asumió a
la deforestación
como costo inevitable de nuestro proceso de
desarrollo. En la práctica, las masas
forestales nativas se consideraron como recursos
no renovables y como un escollo al avance de
la frontera agrícola. Llegamos así a
una grave situación caracterizada por
un conjunto de cambios ambientales, muchos
unidireccionales e irreversibles, a manera
de externalidades negativas, que sólo beneficiaron
a unos pocos, frente a millones de personas
que se han visto obligadas
a enfrentar los costos ambientales y socioeconómicos
de sus consecuencias, tales como la insuficiente
protección
de nuestras cuencas hidrográficas, la
ocurrencia creciente de aluviones y torrentes,
la disminución de nuestro
potencial hidroenergético, la disminución
en la disponibilidad de agua, la degradación
de suelos por efectos de pérdida de
fertilidad y erosión,
la pérdida de diversidad biológica,
la creciente escasez de productos madereros
y no madereros, la disminución
del atractivo turístico y recreacional,
el aumento de la pobreza en zonas rurales y
vacíos territoriales
originados en procesos de migración
forzada, que son sólo algunos de los muchos
e interrelacionados problemas
que hoy enfrentamos y que se irán agudizando.
¿Puede comentarnos brevemente cuáles son las principales
acciones a favor del ambiente que deberían
realizarse para preservar los bosques nativos?
Tales acciones no se limitan al ámbito nacional
sino que requieren de un marco internacional propicio y
en el
caso de los bosques, pese a resultar un tema
de importancia vital, los acuerdos alcanzados hasta la
fecha sólo demuestran
que la comunidad internacional no ha logrado
el consenso indispensable para frenar y revertir la degradación
y pérdida del patrimonio forestal
del planeta. Disponemos hoy de numerosos
convenios
vinculados con los bosques, pero
ninguno sobre los bosques y tal diversidad
de convenios y foros, lejos de optimizar
el trabajo,
muchas veces han sido
un factor utilizado para neutralizar avances
concretos.
Más allá de las dificultades que entraña
desarrollar una política activa en materia de conservación
en el ámbito nacional sin un marco internacional apropiado,
creo que en nuestro país tres aspectos resultan clave.
En primer lugar, encontrándose avanzada la normativa
relacionada con la conservación y aprovechamiento
sostenible de las masas forestales nativas, se deben asignar
recursos en una cuantía acorde al problema a resolver,
tal como lo ha previsto la ley 26.331 al constituir el Fondo
Nacional para el Enriquecimiento y la Conservación
de los Bosques Nativos. En segundo lugar, continuar y profundizar
la tarea educativa en todos los niveles, dirigida a crear
conciencia ambiental y a resaltar la significativa dependencia
de las masas forestales nativas para satisfacer muchas de
nuestras necesidades, y además tomar conciencia de
tal dependencia, como así también para ayudar
a comprender la naturaleza y los efectos de nuestras interacciones
con ellas y los recursos asociados, particularmente sobre
las limitaciones que debemos imponer a nuestras actividades
si queremos evitar la extinción de las mismas. Un
tercer aspecto importante es el de la política de áreas
protegidas cuyo incremento cobra relevancia frente a lo reducido
del área boscosa remanente.
¿Qué incentivos crearía
para que la actividad privada se interese en los bosques
nativos
y llegue a reforestar con estas especies lugares degradados? ¿Cree que
las empresas estarían propensas a considerar
inversiones para restaurar bosques nativos
degradados?
Restituir el ecosistema boscoso nativo
en su estado previo al proceso degradatorio,
posibilitando
en
el área
restaurada, la puesta en práctica
de la ordenación
forestal, resulta una tarea sumamente compleja
que normalmente insume muy largos períodos
de tiempo, lo cual la torna muy
poco atractiva para la actividad privada,
que frente a la alternativa de restaurar
o convertir/abandonar el área,
se inclina por ésta última
opción. En
la experiencia internacional la mayor parte
de los trabajos de restauración
ha sido desarrollada por los gobiernos.
No ocurre igual cuando se plantea forestar
con especies nativas y destino industrial,
sitios que pueden o no estar degradados,
en cuyo caso para la actividad privada
bastan los incentivos
de promoción hoy disponibles para
la foresto-industria.
El interés de la actividad privada sobre las masas
forestales nativas, normalmente se ha concentrado en dos áreas:
el aprovechamiento sostenible de bienes y servicios que ellas
ofrecen y la conservación con destino turístico.
Para ambos casos la ley 26.331 ha establecido incentivos
en la forma de ayuda económica directa,
no reintegrable y por tiempo indefinido.
Sobre su pregunta en cuanto a qué incentivos crearía,
creo que además de los ya disponibles, analizaría
la conveniencia de establecer un sistema alternativo
o complementario, basado en incentivos fiscales.
¿Qué opina de los programas de
Certificación
de madera?
La certificación es una herramienta de mercado por
excelencia. Cuando se comenzó a hablar de los sistemas
de certificación ambiental, el incentivo consistía
en acceder a mejores precios para los productos certificados;
con el correr del tiempo ello se transformó en acceder
a los mercados y actualmente en muchos casos tampoco ello
queda garantizado. Paralelamente, los costos de certificación
se han tornado elevados y la falta de seriedad en algunos
procesos de certificación ha ido erosionando uno de
sus requisitos básicos: la credibilidad. Es entonces
necesario revertir las tendencias en la materia para lograr
que la certificación juegue un rol importante, pero
sin perder de vista que, si bien la conciencia ambiental
ha aumentado en las sociedades, el agravamiento de la situación
económica, tanto en los países en desarrollo
como en los desarrollados, conspira seriamente para posibilitar
que el mercado oriente decididamente hacia la certificación.
¿Cuál es el potencial de nuestro país
para enfrentar los desafíos socio-ambientales y económicos
del siglo XXI?
En momentos en los que la competitividad internacional
se puede discutir en términos de “poder ecológico”,
nuestro país resulta privilegiado. A nivel mundial,
Argentina es uno de los ocho países con mayor biocapacidad.
Conjuntamente, ellos contienen el 50% de la biocapacidad
mundial total, pero los tres primeros – Estados Unidos,
China e India– resultan deudores ecológicos,
mientras que los otros cinco, incluida Argentina, tienen
crédito ecológico y son los mayores acreedores
ambientales del mundo. Nuestra biocapacidad supera con holgura
nuestra huella ecológica y consecuentemente, disponemos
de una gran reserva ecológica. Todo ello nos está diciendo
que podemos enfrentar el futuro en situación ideal,
en tanto tomemos cabal conciencia de nuestras ventajas y
obremos en consecuencia.
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